EL EPIGRAMA
Cómo la “pintada”
se convirtió en obra de arte.
Caminando
por nuestras calles o cuando entramos a un baño público, en un árbol o en
cualquier rincón o superficie que se deje pintarrajear o arañar, podemos
encontrar graffiti y pintadas de todos
los tipos y de todos los gustos, desde los más groseros hasta otros que llaman
la atención por su ingenio o por su “mala leche”, en prosa o en verso, desde el
dibujo obsceno hasta la composición que invita a los que pasan por allí a detenerse
un momento para admirarla.
Dejando
aparte la moda reciente de los “grafiteros”, que se dedican a composiciones pictóricas
más ambiciosas, la costumbre de cubrir de pintadas cualquier pared es muy
antigua. Cuando los arqueólogos descubrieron las ruinas de Pompeya, se
sorprendieron al ver que la mayor parte de las paredes, incluso las de dentro
de las casas, estaban llenas de pintadas, textos y dibujos, que iban desde la
propaganda electoral y los anuncios de espectáculos, pasando por declaraciones
de amor, de odio, de apoyo a un determinado gladiador, elogios a un caballo
vencedor en las carreras, hasta llegar a insultos violentos, maldiciones, así
como las groserías y obscenidades más atrevidas y directas, sin excluir las
caricaturas de algunos vecinos.Un ejemplo es la imagen de esta pared de Pompeya.
Algunos de
esos graffiti sorprenden al que los
lee: escritos en verso, de hechura elegante, contienen insultos, burlas o
declaraciones de amor que, en muy pocas líneas, expresan abiertamente los
sentimientos del que los escribió. Da la sensación de que sus autores eran
conscientes de que iban a tener un público muy numeroso y que ese público
sabría valorar la gracia y el arte de estos “minipoemas”.
Y es
cierto. Porque un año después de que las cenizas del Vesubio sepultaran
Pompeya, las librerías de Roma, coincidiendo con la inauguración del Coliseo,
ponían a la venta lo que sería el best-seller
de la época: un libro de epigramas que Marco Valerio Marcial, un joven
hispano afincado en la capital del imperio, había escrito con motivo de dicho
acontecimiento. El libro tuvo un éxito y una difusión enormes, igual que los
otros catorce libros que le siguieron en los veinte años posteriores. Su fama
fue tan grande que, aunque dejó Roma y regresó a su ciudad natal por motivos
políticos, siguió publicando libros que se copiaban y leían de una parte a otra
del imperio. El premio a su carrera lo recibió de una acaudalada admiradora,
que le regaló una finca como recompensa a un paisano tan ilustre. Sus paisanos de hoy le han regalado el busto que vemos aquí.
Busto de Marcial en si ciudad natal de Calatayud |
Y lo que le
dio tanta fama a Marcial no eran otra cosa que graffiti, pintadas como las mencionadas antes, escritas en
elegantes versos, solo que estas pintadas nunca habían estado en ninguna pared,
sino que habían nacido ya sobre un papel, dentro de una colección y destinadas
a ser publicadas en un libro: eran epigramas.
Coleccionar
grafitti artísticos – en griego se
dice “epigrámmata”, que significa algo así como “inscripciones” – y publicar
dichas colecciones fue una moda que surgió en Alejandría tres siglos antes de
que viviera Marcial. Así nació un nuevo género poético, el epigrama, que ya no
era la copia de una pintada más o menos “fina” escrita en cualquier muro, sino
un artístico y elaborado “minipoema” compuesto imitando la forma y los temas de
las pintadas y destinado a ser leído y aplaudido por un público amante de este
arte desenfadado, aunque no por ello menos difícil y exigente que los otros
géneros poéticos considerados “mayores”.
Dicho esto,
queda claro que un epigrama no es otra cosa que una “pintada” convertida en
obra de arte.
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